La mirada del Educador

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En  cierta  ocasión,  un  príncipe    quiso  saber    cómo  miraban  y  veían  la realidad sus tres amigos sabios: el escultor, el biólogo y el maestro. Para ello, los fue citando  por separado junto al estanque de su jardín y les hizo esta pregunta:

-Dime, ¿Qué es lo que más te llama la atención del estanque?



El escultor estuvo observando con atención todos los detalles y por un buen rato, detuvo sus ojos en  el pretil de mármol bellamente esculpido.

-Lo que más me gusta –dijo convencido- es el pretil que está muy bien tallado. El realza en especial la belleza del estanque dándole un toque sublime.

El biólogo observó el pretil, pero su mirada se detuvo en el interior del estanque.   Por un buen rato estuvo   observando con verdadera admiración el agua, las flores de loto que se abrían sobre ella, los pececitos de colores que nadaban entre las algas, los insectos que revoloteaban en la superficie... Su respuesta fue contundente:

-Lo mejor del estanque es la vida que bulle en sus aguas.

Cuando  le tocó  el turno  al maestro,  comenzó  como  los dos  anteriores: también observó el bello pretil de mármol y, sobre todo, las aguas.  Al cabo de un rato, dijo:

-El pretil es muy bello y resulta misteriosa la vida que bulle en las aguas del estanque. Pero lo que más me impresiona es la luz.

-¿La luz? –preguntó extrañado el príncipe.

-Sí, sin duda alguna, la luz. Observa los juegos de luces y de sombras  que hacen resaltar los relieves del pretil. Fíjate bien  cómo los rayos de luz se filtran hasta el fondo del estanque  y nos posibilitan que disfrutemos de su vista. La luz hace que todo sea diferente a la mañana, al mediodía, al atardecer... Y aún queda lo  más  importante:  la  luz  posibilita  la  vida  que  crece  y  se  transforma  en  el estanque.   Mañana  todo será distinto:  es imprevisible  lo que cada día podrás encontrar en este estanque. Porque la luz añade a la vida el misterio.

Ayudar a descubrir la luz, guiar al asombro y al misterio, esa es la misión del genuino educador. El misterio está en todas partes, brota del corazón de las cosas y los seres. Aprende a vivir en estado de asombro, maravillándote ante la naturaleza, las personas, la vida, la existencia, el propio cuerpo. Glosando a la teóloga brasileña, Ana María Tepedino,  el misterio de la vida nos debe llevar a reconocer lo sagrado en todas las personas. En la mujer y en el hombre, en el anciano y en el niño, en el sano y en el enfermo, el poderoso y el desvalido. En lo transcendente y en lo cotidiano, en el cielo y en la tierra, en la ciencia y en la religión, en  el  cuerpo  y  el  espíritu.  En  este  proceso  se  intenta  superar  la explotación y la exclusión y avanzar hacia la inclusión, la equidad, la igualdad, la reciprocidad  en las relaciones.  Esta experiencia de equidad valoriza a todos y posibilita que cada ser descubra y vea  reconocido su valor. El sentirse reconocido y amado es la experiencia fuente para que la vida crezca y se desarrolle. Fuente para poder amar, para ser. Fuente para establecer nuevas relaciones sociales y ecológicas, relaciones respetuosas y cuidadosas, amorosas y tiernas, para poder combatir  y  superar  las  manifestaciones  de  dominación  y  destrucción,  para curarnos las heridas de la violencia, el egoísmo y el desamor. “Ante el misterio que está fuera de mí y dentro de mí, del cual formo parte junto con las otras personas y seres de la naturaleza, me experimento en una relación de amor mutuo, de mutua intimidad, que me inspira a entrar en un proceso vital que busca expresar de una manera nueva, el dar y el recibir amor, que me posibilita curar, crear, recrear a los otros, recrear a la naturaleza, para recrear el mundo” (Tepedino).

Educar: enseñar a ver y a mirar, a admirar, a dejarse atrapar por el asombro y el misterio.

Fuente: Antonio Perez Esclarin "Para Educar Valores" (2004)

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